jueves, 18 de octubre de 2007

La ley de la selva



La dupla son las estrellas maléficas de un programa plagado con toda clase de rutinas que, me imagino, son para que la gente sienta simpatía por éstos, pero que más bien parecen escenas de películas porno zoofílicas.


No tengo ningún problema en comer animales, alimentar mi cuerpo con otros cuerpos y llenar de entrañas mis entrañas. Encuentro que los fervientes seguidores del vegetarianismo se pierden lo mejor de la vida evitando comer cualquier cosa que corra.
Soy un incondicional a los programas de animales puedo pegarme durante horas en el cable viendo copular unas moscas africanas, anidar a un pájaro silvestre del norte de la India o carcajearme con los videos locos de perros saltando como monos, gatos apagando tortas de cumpleaños o conejos bailando al ritmo de una música. Una idiotez de aquellas. Pero bueno, soy un idiota. El viernes pasado, haciendo zapping, me topé con “La ley de la selva” en el Mega, un programa de animales, conducido por Iván Arenas, el ex Profesor Rossa, ahora convertido en un viejo verde, y Lindorfo, un veterinario que no tiene ninguna compasión por los vertebrados.
La dupla son las estrellas maléficas de un programa plagado con toda clase de rutinas que, me imagino, son para que la gente sienta simpatía por éstos, pero que más bien parecen escenas de películas porno zoofílicas. Un grupo de modelos siliconadas, entre ellas Carla Ochoa, se tendían sobre un taburete, les vendaban los ojos, se subían la polera, dejando su perfecto y bronceado abdomen al aire; Lindorfo ponía sobre éste algún animalejo, que ellas debían adivinar . Entre gritos, una de estas modelos no pudo identificar, por más que lo intentó, un pato que le caminaba sobre sus implantes. Esto entre las mojigangas de Lindorfo, que gritaba enardecido ¡quién fuera pato…!
Por supuesto, todos en el set reían excitados con esta escena porno animal. Sólo faltaba que el pato picoteara los pezones de la chica y teníamos el cuadro completo. Luego, a Carla Ochoa le tocó su turno. Le pusieron unos sapos sobre el estómago y, entre los gritos y algazaras de los animadores, los sapos se metían en la entrepierna de la morena, que estaba descompuesta. A otra le pusieron un lagarto. La pobre estaba impávida mientras el reptil se deslizaba por su dotado cuerpo y, por supuesto, se acercaba cauteloso buscando refugio entre sus prominentes bustos. Así, el programa continuó con otras pruebas donde los animales sólo servían como una excusa para mostrar culos, tetas y cuanto chiste sirviera para animar la galería. Internet ofrece gratuitamente las más bestiales fotos y videos de sexo con animales, ancianas haciéndolo con sus perros de compañía, mujeres montándoselo con sus caballos, burros, serpientes y animales de todo tipo. Particularmente me provocan un asco atroz, pero cada cual puede hacer, si quiere, con su culo un florero. Sin embargo, lo que más me sorprendió de “La ley de la selva” es que por primera vez en la vida vi un programa de televisión animado y conducido por dos bestias (con el perdón de los animales): Arenas y Lindorfo.

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